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TALLER No. 20 NECESIDADES ESPECIALES


 TALLER No. 20  NECESIDADES ESPECIALES

Esta tarea es solo para los estudiantes con adaptaciones curriculares, señores Pilaquinga Anthony y Zambrano Dylan.  
Deben realizar la tarea en sus cuadernos, para ser revisadas al término de la emergencia.








INSTRUCCIONES:

Señoritas y señores  estudiantes de octavos "A" al "E", de acuerdo al cronograma enviado por el ministerio, realizar las siguientes tareas en sus cuadernos, que serán revisados al término de la emergencia.

LECTURA COMPRENSIVA
MI MAESTRA DE LA PRIMERA CLASE SUPERIOR
Jueves, 27.
Mi maestra ha cumplido su promesa: hoy ha venido a casa en el momento en que yo iba a salir con mi madre para llevar ropa blanca a una pobre mujer que habíamos visto recomendada en La Gaceta. Hacía ya un año que no aparecía por nuestra casa; así es que nos dio a todos una gran alegría. Es siempre la misma, pequeña, con su velo verde en el sombrero, vestida a la buena de Dios y mal peinada, pues nunca tiene tiempo más que de alisarse; pero un poco más descolorida que el año último, con algunas canas y tosiendo mucho. Mi madre le preguntó:
-¿Cómo va esa salud, querida profesora? Usted no se cuida bastante.
-¡Ah!, no importa –respondió con una sonrisa, alegre y melancólica a la vez.
-Usted habla demasiado alto –añadió mi madre-; trabaja demasiado con los chiquitines.
Es verdad; siempre se está oyendo su voz. Lo recuerdo desde cuando yo iba a la escuela; habla mucho para que los niños no se distraigan, y no está ni un momento sentada.
Estaba bien seguro de que vendría, porque no se olvida jamás de sus discípulos; recuerda sus nombres por años; los días de los exámenes mensuales corre a preguntar al director qué nota han sacado; los espera a la salida y pide que le enseñen las composiciones para ver los progresos que han hecho; así es que van a buscarla al colegio muchos que usan ya pantalón largo y reloj.
Hoy volvía muy agitada del Museo, a donde había llevado a sus alumnos, según acostumbraba ya en los años anteriores. Dedica siempre los jueves a estas visitas, en las que les explica todo. ¡Pobre maestra! ¡Qué delgada está! Pero es siempre animosa y se entusiasma en cuanto habla de su escuela. Ha querido que le enseñemos la cama donde me vio muy malo hace dos años, y que ahora es de mi hermanito: la ha mirado un buen rato y no podía hablar de emoción. Se ha ido pronto para visitar a un chiquillo de su clase, hijo de un sillero, enfermo de sarampión; y tenía después que corregir varias pruebas, toda una tarde de trabajo, y debía aún dar una lección particular de aritmética a cierta chica del comercio.
-Y bien, Enrique –me dijo al irse-: ¿quieres todavía a tu antigua maestra, ahora que resuelves ya problemas difíciles y haces composiciones largas? –Me besó, y todavía me dijo desde el final de la escalera:
-No me olvides, Enrique.
¡Oh, mi buena maestra, no me olvidaré de ti! Cuando sea mayor seguiré recordándote e iré a buscarte entre tus chicuelos; y cada vez que pase por la puerta de una escuela y sienta la voz de una maestra, me parecerá escuchar tu voz y pensaré en los dos años que pasé en tu clase, donde tantas cosas aprendí, donde tantas veces te vi enferma o cansada, pero siempre animosa, indulgente, desesperada cuando uno tomaba mal la pluma al escribir, temerosa cuando los inspectores nos preguntaban, feliz cuando salíamos airosos, y siempre cariñosa y buena como una madre… ¡Nunca, nunca te olvidaré, maestra querida!.

EN UNA BUHARDILLA
Viernes, 28.
Ayer tarde fui con mi madre y mi hermana Silvia a llevar ropa blanca a la pobre mujer recomendada por el diario; yo llevaba el paquete y Silvia el diario con las iniciales del nombre y la dirección. Subimos hasta el último piso de una casa alta y llegamos a un corredor largo, con muchas puertas. Mi madre llamó en la última; nos abrió una mujer joven aún, rubia y macilenta, que al pronto me pareció haber visto ya en otra parte con el mismo pañuelo azul en la cabeza.
-¿Es usted la del periódico? –preguntó mi madre.
-Sí, señora; yo soy.
-Pues bien, aquí le traemos esta poca ropa blanca.
La pobre mujer no acababa de darnos las gracias y de bendecirnos. Yo, mientras tanto, vi en un ángulo de la oscura y desnuda habitación a un niño arrodillado ante una silla, de espaldas a nosotros y que parecía estar escribiendo, y escribía, en efecto, teniendo el papel sobre la silla y el tintero en el suelo. ¿Cómo se las arreglaba para escribir casi a oscuras? Mientras decía esto para mis adentros, reconocí los cabellos rubios y la chaqueta de mayoral de Crossi, el hijo de la verdulera, el del brazo malo. Se lo dije muy bajo a mi madre, mientras la mujer recogía la ropa.
-¡Silencio! –susurró mi madre-. Podría avergonzarse al verte viniendo a socorrer a su madre. No lo llames.
Pero en aquel momento Crossi se volvió; yo no sabía qué hacer, y entonces mi madre me dio un empujón para que corriese a abrazarlo. Lo abracé y él se levantó y me tomó la mano.
-Aquí nos tiene –decía, entretanto, su madre a la mía-; mi marido está en América desde hace seis años, y yo, por añadidura, enferma, sin poder ir a la plaza con verduras para ganarme unos centavos. No me ha quedado ni una mesa para que mi pobre Luisito pueda hacer los deberes. Cuando tenía abajo el mostrador, en el portal, al menos podía escribir sobre él; pero ahora me lo han quitado. No hay ni siquiera luz para estudiar sin dañarse la vista; y gracias que lo puedo mandar a la escuela, porque el Municipio le proporciona libros y cuadernos. ¡Pobre Luis, tú que tienes tanta voluntad para estudiar! ¡Y yo, pobre mujer, que nada puedo hacer por ti!.
Mi madre le dio cuanto llevaba en el bolso, besó al muchacho y casi lloraba cuando salimos; y tenía mucha razón para decirme:
-Mira a ese pobre chico. ¡Cuántas estrecheces para trabajar, y tú, que tienes tantas comodidades, todavía encuentras duro el estudio! ¡Oh, Enrique mío; tiene más mérito su trabajo de un día que todos tus afanes de un año! ¿A cuál de los dos deberían dar los primeros premios?.
LA ESCUELA
Viernes, 28.
“Sí, querido Enrique; el estudio es duro para ti, como dice tu madre: no te veo ir a la escuela con aquel ánimo resuelto y la cara sonriente que yo querría. Tú eres algo terco, pero escúchame: piensa un poco y considera qué despreciables y estériles serían tus días si no fueses a la escuela. De rodillas y con las manos juntas pedirías al cabo de una semana volver a ella, consumido por el hastío y la vergüenza, cansado de tu existencia y de tus juegos. Todos, todos estudian, Enrique mío. Piensa en los obreros que van a la escuela por la noche, después de haber trabajado todo el día; en las mujeres, en las muchachas del pueblo que van a ala escuela los domingos después de haber trabajado toda la semana; en los soldados que echan mano de libros y cuadernos cuando vienen rendidos de los ejercicios militares; piensa en los niños mudos y ciegos que, sin embargo, estudian; y hasta en los presos, que también aprenden a leer y escribir. Y de mañana, cuando sales, recuerda que a la misma hora, en la misma ciudad, otros treinta mil niños se encaminan como tú hacia la escuela. ¡Pero qué más! Piensa en los innumerables niños que, se puede decir que a todas horas, van a la escuela en todos los países; míralos con la imaginación cómo van por las callejuelas solitarias de la aldea, por las concurridas calles de la ciudad, por las orillas de los mares y de los lagos; ya bajo un sol ardiente, ya a través de la niebla; embarcados, en los países cortados por canales; a caballo, por las grandes llanuras; con zuecos sobre la nieve; por valles y colinas, cruzando bosques y torrentes; por los senderos solitarios de las montañas, solos, por parejas, en grupos, en largas filas, todos con los libros debajo del brazo; vestidos de mil modos, hablando miles de lenguas; desde las más remotas escuelas de Rusia, casi perdidas entre los hielos hasta las últimas de Arabia, a la sombra de las palmeras, millones y millones de seres que van a aprender, en mil formas diversas, las mismas cosas. Imagina este vastísimo hormiguero de niños de mil pueblos, este inmenso movimiento, del cual formas parte, y piensa que si este movimiento cesase la humanidad caería en la barbarie. Este movimiento es el progreso, la esperanza, la gloria del mundo. Valor, pues, pequeño soldado del inmenso ejército. Tus libros son tus armas; tu clase es tu escuadra; el campo de batalla, la tierra entera; y la victoria, la civilización humana. ¡No seas un soldado cobarde, Enrique mío!.


TALLER

1) Haga una descripción en cuatro líneas, sobre la maestra de la clase superior, usando párrafos descriptivos.
2) Resuma en seis líneas, el texto de una buhardilla.





MSc. Franklin Chávez
DOCENTE  



















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